sábado, 24 de septiembre de 2016

Termina la era más oscura de Quintana Roo


Roberto Borge Angulo tuvo una meteórica carrera política impulsada por su “padrino” Félix González Canto, que lo impulsó hasta la gubernatura del estado con el fin de que le cubriera las espaldas; pero Borge ejerció un poder dictatorial caracterizado por excesos de corrupción y represión hacia todos sus opositores, lo que le valió el rechazo general de los quintanarroenses, que aplicaron un voto de castigo para impedir su ambición de perpetuarse en el poder tras bambalinas.

Félix González Canto necesitaba a un “delfín” a modo y lo encontró en un paisano cozumeleño, y para ello le construyó una carrera política que lo llevó a la candidatura a la gubernatura del estado; primero lo hizo tesorero general, luego oficial mayor, de ahí pasó a presidente estatal del PRI y finalmente diputado federal.
Pero a pesar de llegar a la cima tan rápido, Borge Angulo no contaba ni con experiencia ni con popularidad, pero ganó porque en el camino del proceso electoral quien se perfilaba para obtener el triunfo, Gregorio Sánchez Martínez, fue enviado a una cárcel federal acusado de tráfico de indocumentados, lavado de dinero y crimen organizado, lo que le zanjó el triunfo al candidato priista.
Pero pronto el que parecía un regordete bonachón comenzó a sacar las uñas. Se apoderó del control político total del estado, reprimió a todo el que lo cuestionaba, periodistas y políticos, mientras que a los medios de comunicación tradicionales los puso a su servicio para construir un mundo de fantasía, mientras Quintana Roo comenzaba a hundirse en la corrupción y el saqueo. Asimismo, se creó un culto a la personalidad y al ego mientras que a los quintanarroenses les ofreció recoger basura para canjearla por alimentos.
Borge Angulo tuvo el desatino de ignorar a la capital del estado, la cual abandonó al igual que a los burócratas, pieza angular desde siempre de las dependencias estatales y motor de la economía local cada quincena. Ello le valió el repudio y el rechazo electoral que influyó en la derrota del PRI, justo cuando Borge Angulo intentaba perpetuarse en el poder emulando al maximato, pero con el desatino de pretender imponer a un imberbe e inexperto candidato, como su maestro Félix, y continuar con la cadena de favores y tapaderas.
Borge nunca fue popular, de hecho los “baños de pueblo” los utilizó para intentar reflejar una imagen que siempre se vio forzada. Lo suyo era el glamur, codearse con las altas esferas, con la gente “cool”. Le gustaba que le tomaran fotos en el palco de primera fila en el estadio del Atlante, acompañado por directivos del club. Y como se sentía un aficionado VIP, se hizo construir un palco de lujo en el estadio de beisbol “Beto Ávila”, aislado, cada vez más alejado del pueblo, cada vez perdiendo más el piso.
La arrogancia y la prepotencia se acentuaron conforme fue avanzando su mandato; se volvió más frívolo, gustaba de los viajes al extranjero y no se perdía ni una sola feria turística, principalmente las que se organizaban en Europa, en Berlín, en Madrid. Gustaba también de viajar a Las Vegas, a presenciar todo tipo de espectáculos y funciones de boxeo. Los reflectores definitivamente eran lo suyo, no la Casa de Gobierno ubicada en una capital del estado tan distante de la geografía nacional
Y conforme se acercó el proceso electoral en el que se definiría su relevo, se acrecentó el encono hacia una de las familias políticas más importantes de Quintana Roo: los Joaquín, sabedor que de ahí surgiría el principal rival que podría dar al traste con sus aspiraciones de seguir ejerciendo el poder tras el trono. Tal cual ocurrió. Los odios familiares de antaño entre las familias cozumeleñas atizaron el fuego electoral. La arremetida borgista fue implacable durante todo el proceso, disparando dardos de todos los calibres a través de una prensa manipulada y sumisa.
Pero Borge no contó con que los quintanarroenses le darían una gran lección el pasado 5 de junio. Hasta ahí llegó el hartazgo e incluso en su mismo partido le dieron la espalda. Sus odios y rencores le impidieron ver que los ciudadanos no querían ver perpetuarse a una dinastía de bebesaurios inútiles y sin principios, cuya única ambición era enriquecerse a manos llenas al precio que fuera.
Roberto Borge se va rico, dejando a un estado saqueado y en la quiebra financiera, repudiado por todos los quintanarroenses y ahora le espera el exilio o probablemente la cárcel. Con él desaparece el borgismo en Quintana Roo y, sus íntimos, aquellos a los que posicionó y quienes le sirvieron de corte y lo adularon, no volverán a ocupar una representación política en el estado.

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